miércoles, 11 de agosto de 2010

Daniel Pennac, "Mal de escuela"

Daniel Pennac, Mal de escuela, traducción de Manuel Serrat Crespo, Mondadori, Barcelona, 2008.

El escritor francés Daniel Pennac se hizo, hace unos quince años, extraordinariamente popular entre los interesados en la didáctica de la literatura por un ensayo titulado Como una novela. En él realizaba un encendido elogio de la libertad del lector frente a la tiranía del deber de leer, apostando por un cambio de rumbo en la enseñanza de la literatura que supusiese sustituir una supuesta visión reverencial de las obras literarias por otra centrada en el diálogo abierto, lúdico y libre entre el lector y la obra.

El libro de Pennac, que coincidió históricamente con la extensión académica de una corriente de estudios literarios denominada estética de la recepción y, aquí en España, con la reforma educativa implicada en la Logse, tuvo dos consecuencias de muy distinto signo. Tuvo, por un lado, la consecuencia positiva de abrir el canon de lecturas con el objeto general de promover la lectura entre los jóvenes, antes que promover la lectura de unas determinadas obras, que es lo que se vendría haciendo hasta el momento. Pero tuvo también una consecuencia negativa, en tanto que degeneró en una visión de la literatura excesivamente opuesta a la tradicional; muchos encontraron en el libro un apoyo para convertir a la literatura en un simple entretenimiento, vaciándola por completo de sus valores estéticos, intelectuales y lingüísticos. En cierto sentido, el extraordinario auge de la literatura infantil y juvenil en estos últimos años debe mucho a esta obra de Pennac.

El Pennac de Como una novela, por lo tanto, era un Pennac subversivo: el típico escritor que dice algo que todos pensamos, pero que nunca nos atrevemos a llevar a la práctica. Además, era un Pennac peligroso, porque en su arrebato subversivo simplificaba aquello de lo que hablaba, y olvidaba que en literatura lo que nunca se puede hacer, precisamente, es simplificar las cosas. Con todo, la responsabilidad de Pennac es menor, probablemente, que la de algunos de sus lectores: está claro que muchos de ellos hicieron de su obra una lectura acrítica y, simplemente, se tomaron al pie de la letra algo que Pennac, probablemente, sugería que habría que tener en cuenta no solo en un contexto muy determinado, la enseñanza no universitaria, sino también con la idea que nunca con afán generalizador y, mucho menos, dogmático.

La capacidad de Pennac para dar en el clavo sigue presente en este nuevo ensayo que acaba de publicar, pero también el mismo tipo de riesgos que en el que acabo de comentar.

Pennac habla en Mal de escuela de los alumnos zoquetes. O sea, de los alumnos que no entienden. No de los que no estudian, ni de los que no quieren estudiar, ni de los que se portan mal, no: habla de los alumnos que portándose bien y teniendo interés, no entienden, no comprenden muchas cosas que se les explican o tienen que estudiar.

Lo interesante del libro es que Pennac habla en primer persona, porque, según nos cuenta, él fue uno de esos niños. Este es el principal golpe de efecto del libro, pues le permite demostrar de forma fehaciente su tesis principal: ser zoquete en la escuela no significa ser zoquete el resto de la vida. Pero en este golpe de efecto es donde está, precisamente, el principal riesgo de libro, que, como en el antes comentado, no es otro sino el simplificar las cosas.

Lo primero que habría que preguntarse, pues Pennac en el texto no lo precisa aunque su título, sin embargo, parezca dejarlo claro, es cuántos niños-zoquetes hay. Pennac llama mal de escuela (en francés en el original, Chargrin d’Ecole) a la condena que la escuela hace de esos niños, cerrándoles las puertas, a lo que parece, de su futuro solo porque en sus aulas no den la talla que se espera de ellos. ¿Dónde está el riesgo aquí? En el mismo sentido en que en su obra sobre la lectura su falta de precisión parecía dejar abiertas las puertas a hacer de la literatura un juguete, ahora Pennac deja puertas y ventanas abiertas a la posibilidad de que la escuela no sirva para nada, porque cualquier persona puede triunfar en la vida aun habiendo sido un zoquete en clase.

Pennac está, por lo tanto, simplificando las cosas por omisión, y cayendo en la trampa, también como le ocurría en el otro libro, de un determinado contexto cultural: aquí, ahora, el contexto de una sociedad que día a día nos demuestra a través sobre todo de la televisión que cualquier zoquete puede triunfar y ser alguien en la vida.

Por supuesto que Pennac no se refiere a ese tipo de triunfos, pero al hablar de sí mismo como el zoquete que se convirtió en profesor, parece como si quisiese decir: a fin de cuentas, eso quiere decir que lo que se ve en la escuela no tiene mayor importancia para el futuro.

Si nuestra intelectualidad educativa no estuviese ya tan atiborrada de lecturas geniales sobre cómo cambiar la educación, es probable que la lectura de esta obra de Pennac hubiese tenido, por lo que acabamos de ver, una consecuencia terriblemente negativa: en vez de asumir que el tipo de alumnos de los que habla Pennac es una minoría, asunto del que Pennac no se acuerda de tratar, se interpretaría que es la mayoría, por lo que habría que concluir que a la enseñanza actual habría que convertirla no en algo, mejor o peor planteado, que se le ofrece al alumno, sino en algo que dependa de lo que este pida.

Por lo demás, curiosamente, es probable que la que para mí es la idea más valiosa de su libro, pueda pasar inadvertida: Pennac nos dice que los profesores deben querer a sus alumnos. O sea, Pennac nos dice que antes de colgarse los disfraces de profesores y alumnos, hay que identificarse como personas, y establecer una relación de afectividad que luego pueda convertir la comunicación intelectual en algo no mecánico, sino profundamente humano. Que solo así es posible romper las barreras de incompresión que muchas veces hay entre unos y otros, y que solo así es posible dar un sentido pleno y profundo a la palabra educación.

Milan Kundera, "La ignorancia"

Milan Kundera, La ignorancia, traducción de Beatriz de Moura, Tusquets (Colección Maxi), Barcelona, 2009 (ed. or. 2000).

Esta novela de Kundera trata de aproximarse a las repercusiones anímicas que provoca en la vida de las personas el fenómeno de la emigración. El motivo argumental son las impresiones de una mujer y un hombre respecto de su experiencia como emigrados, específicamente de las que sienten al regresar circunstancialmente a su país de origen tras muchos años fuera de él.

La novela resulta completamente fallida y se lee, además, con una cierta sensación de asombro ante la impericia que demuestra un escritor tan afamado internacionalmente. Uno tiene la sensación de que todo el texto es un quiero y no puedo por parte de Kundera.

El principal problema de la novela es que es una novela de tesis. Una opción estética de este tipo, propia de hace más de un siglo, denota la autoconciencia por parte de Kundera de verse incapaz de poder enfrentarse a un tema sin dar gato por liebre, esto es, de poder pergeñar una historia que por sí misma sostenga, gracias al argumento y los personajes, ese tema. Así, pues, Kundera hace uso del recurso constante a la reflexión ensayística como forma de apoyar su narración en el principio de autoridad de que aquello de lo que nos habla no es ficción, con el objeto de dar profundidad, paradójicamente, a una historia de ficción que, al final, resulta ser una pálida ilustración, casi decorativa, de las ideas expuestas.

La novela naufraga por ambas partes: el valor de la reflexión filosófica de Kundera sobre el tema de la emigración y sus consecuencias, tanto para los que se han ido como para los que se quedan, es nulo. Es superficial, previsible, y lo peor que tiene es que parece desconocer por completo la potencialidad intelectual de sus lectores, que a buen seguro, como le ha pasado a quien esto escribe, se habrán quedado perplejos por el derroche de simplezas y lugares comunes expuestos. Por su parte, la historia de ficción que intenta ilustrar estas reflexiones se desarrolla por los mismos niveles de superficialidad y simpleza. No hay nada conmovedor, nada estéticamente deslumbrante, ningún hallazgo en materia de hechos y personajes que al lector le puedan llegar a sobrecoger o, cuando menos, que pueda llegar a guardar en su memoria. La extraordinaria inconsistencia del conjunto es tal que, al final, la novela se desvincula casi por completo del supuesto tema de la misma y deriva hacia una exposición de inocuas aventurillas de los personajes en un nivel puramente interpersonal.

Por lo demás, la confrontanción del título de la novela con su contenido refleja milimétricamente el fracaso del proyecto: una abstracción de ese calibre, vinculada a un tema de profundas repercusiones personales, sociales e históricas, es imposible que pueda ser tratada con solvencia en una novelita como esta con cuatro frases más o menos filosóficas y una historia deslavazada y trivial.

lunes, 9 de agosto de 2010

"Maestros antiguos. Comedia", de Thomas Bernhard

Thomas Bernhard, Maestros antiguos. Comedia, traducción de Miguel Sáenz, Alianza Editorial (Biblioteca Bernhard), Madrid, 2003.

Esta curiosísima novela trata de nuestra incapacidad para poder prescindir de la compañía de los demás. La novela está más bien planteada como una novela filosófica y así, dado que la trama es, aunque original, sumamente escueta, todo su contenido recae sobre el discurso, la verborrea realmente incontenible, histriónica, nihilista, repetitiva y pedante, del personaje central, un anciano crítico musical llamado Reger.

Tenemos, pues, de fondo, una pequeñísima y extravagante historia: un hombre llamado Atzbacher, el narrador, ha llegado antes de tiempo a una cita con ese Reger en el Kunsthistorisches Museum de Viena. Mientras espera, se dedica a observar al primero, que un día sí y otro no ha pasado las mañanas de sus últimos 30 años de vida sentado en un banco, reservado expresamente para él por un vigilante del museo llamado Irrsigler, que se halla situado enfrente del cuadro de Tintoretto titulado "El hombre de la barba blanca". Observa y recuerda. Durante, aproximadamente, una hora, recuerda algunas conversaciones con él, y la reproducción de las palabras de Reger constituyen, grosso modo, el contenido de la novela.

El discurso de Reger es hipercrítico, tremendamente destructivo con todo aquello que le resulta más próximo como persona: su país, Austria, y sus maestros antiguos, los artistas que le han acompañado a lo largo de su vida, tanto en el placer personal como en la dedicación profesional. Bernhard se luce, realmente, en la exposición de ese discurso: no solo por lo que dice sino por cómo lo dice.

Lo que dice no deja de ser una reflexión sobre la inherente imperfección humana y sus consecuencias para encontrar un asidero firme en nuestra vida. Solo el amor por otro ser, así su mujer muerta hacía un año, puede considerarse como lo único que da sentido a la existencia. Sin embargo, sobre esto hay una vuelta de tuerca hacia el final, cuando, emotivamente, Reger reconoce que la muerte de su mujer es lo que, paradójicamente, lo ha hecho ser libre, en tanto que lo ha liberado de sus ansias de hallar la perfección en la realidad, pues más allá de ella eso se plantea ya como imposible.

El cómo lo dice es a través de una expresión brutalmente directa y sin concesiones, reflejando la obsesiva intransigencia del hablante con una serie de reiteraciones y una construcción caótica de su discurso.

Se trata, en fin, de una novela curiosa. Es, probablemente, demasiado discursiva, en el sentido de ensayística, y donde la necesidad de dar una voz característica al protagonista impone, en muchas ocasiones, un contenido excesivamente redundante y algo disparatado, tanto que impide al lector el intuir qué es exactamente lo que se le quiere transmitir. Con todo, la reflexión de fondo está bien expuesta y resulta muy interesante.

Isidro Dubert, "Cultura popular e imaxinario social en Galicia, 1490-1900"

Isidro Dubert, Cultura popular e imaxinario social en Galicia, 1480-1900,
Universidad de Santiago de Compostela, 2007.

Una de las peores cosas que puede hacer un libro de ensayo es traicionar a su título. Este de Isidro Dubert es una lamentable tomadura de pelo al lector, que se ve traicionado por un apetecible título de índole descriptiva con el que luego nada tiene que ver el contenido de sus páginas.

Dicho con claridad, este libro no trata ni de cultura popular ni de imaginario social en Galicia. Por lo tanto, si algún lector despistado pretende leerlo con la intención de conocer algo más de ambos temas, puede ahorrarse la lectura, pues nada de eso va a encontrar a lo largo de sus, afortunadamente, escasas 200 páginas.


Pero, ¿por qué no va, entonces, este libro de lo que tenía que ir y de qué va, en realidad?

El libro tiene toda la pinta de ser un apresurado reciclado de trabajos del autor con el objeto de conseguir un determinado mérito académico. Por lo tanto, al no ser fruto de un objetivo intelectual bien definido y autónomo, se trata de un producto completamente desorientado y absolutamente vacío de interés antropológico.

Dubert envuelve su escrito con un título atractivo y lo presenta, en la introducción, con una disquisición teórica que parece anunciar una exposición científica, racional, de los principales rasgos de la cultura popular y del imaginario social en Galicia entre 1480 y 1900.

Sin embargo, de lo que único que habla luego el libro es de cómo la Iglesia intentó influir en ciertas costumbres campesinas que contravenían la moral y doctrina católicas. Lo espantoso del libro es que si algún esforzado lector consigue espigar algunos de esos supuestos rasgos culturales y de imaginario social entre tantísima paja como hay, al final en su cesta solo conseguiría reunir que a los campesinos les gustaba pasárselo bien en las tabernas, hacer fiesta mientras hilaban hasta altas horas de la madrugada y celebrar las defunciones con comida y bebida. A eso es a lo que le llama Dubert cultura popular e imaginario social en Galicia. Y a los intentos por parte de la Iglesia de entrometerse en ello
ofensivas.

Y no hay más.

Con todo, es tal la estupefacción que me ha provocado la lectura de este libro, que estoy por preguntarme si la obsesión que demuestra Dubert a lo largo de estas páginas en glosar como pelea cuasi apocalíptica la relación entre campesinado e Iglesia, no debe ser más que uno de esos frutos que produce la ofuscación provocada por cierta ideología en algunas mentes.

Teresa Moure, "A xeira das árbores"

Teresa Moure, A xeira das árbores,
Sotelo Blanco, Vigo, 2004.


Esta es la típica novela de la que se podría decir eso tan típico de que todo en ella suena a muy dejà vu (con todo, también es típico que, como ocurre aquí, en estos casos sea muy difícil precisar en qué otros lugares se ha leído algo parecido o igual...).

Sin embargo, la novela es tan insistente en su representación de estereotipos (personajes, situaciones...), que resulta que es por ahí por donde consigue convencer finalmente.

Dicho de otra forma, en principio la novela es una brillante y modélica exposición de todos los tópicos sobre la vida de la mujer de clase media y mediana edad en la sociedad actual. Obviamente, esto es una generalización y una hipótesis: ni todas las mujeres de clase media y mediana edad tienen la misma vida que la protagonista de esta novela ni es seguro que esa haya sido la intención de la autora. Pero el dejà vu al que antes me refería, y que no se sabe muy bien de dónde sale, parece respaldar esa hipótesis: hay en la novela como una especie de amalgama de motivos clásicos de reflexión de cierto feminismo (y que, en ocasiones, enlaza directamente con una reflexión machista, que a veces no se sabe bien dónde acaba una y empieza la otra...): la mujer caracterizada como género reflexivo, sentimental y atento a las palabras, frente al hombre impulsivo, egoísta y materialista; la mujer que al final carga con la casa a cuestas como un cuasi omnipotente caracol; la mujer que cuida a los hijos; la mujer que, además, trabaja; la mujer que lo puede todo; y, en fin, la mujer que no por eso tiene que ser una muerma o medio beata, sino una mujer liberada, con piercing incluido y, aun encima, atractiva... En fin, todo eso visto mil y una veces a retazos en novelas, revistas, películas, series de televisión, la vida...

No hay, pues, ni personajes, ni historia, ni situaciones originales. Sin embargo, y como decía, la novela resulta original por el descaro con el que un material tan conocido es tratado y ensamblado (algo que se consigue, en parte, gracias al excelente dominio del lenguaje del que hace gala la autora). Es tan brillante la digestión que se hace en la novela de todos los tópicos del tema, que al final uno casi tiene la sensación de que el personaje de Clara, la protagonista, consigue desembarazarse de esos corsés y aparecer ante el lector como una persona que tiene vida más allá de ellos. Ese es un logro muy a tener en cuenta.

Quizá una segunda lectura de la novela podría corroborar cierta impresión que tengo de que, igual, al final, Teresa Moure lo que ha querido es, precisamente, dinamitar una posible lectura en clave feminista de su novela. Porque, a lo mejor, ya no se trataría de describir a una mujer con vida interior compleja saturada de múltiples obligaciones sociales que como tal mujer le ha tocado cumplir, sino de sugerir que esa misma impresión de prototipo que se puede tener de Clara, no deja de ser más que una construcción social y que ella, al incorporar a su vida con coraje y, lo que es más importante, meditadamente, esas dificultades, termina como individuo por sobrevolar con naturalidad sobre todo ello, rompiendo con la posibilidad de que nadie venga a encasillarla.

O sea, nada menos feminista que eso.