lunes, 9 de agosto de 2010

"Maestros antiguos. Comedia", de Thomas Bernhard

Thomas Bernhard, Maestros antiguos. Comedia, traducción de Miguel Sáenz, Alianza Editorial (Biblioteca Bernhard), Madrid, 2003.

Esta curiosísima novela trata de nuestra incapacidad para poder prescindir de la compañía de los demás. La novela está más bien planteada como una novela filosófica y así, dado que la trama es, aunque original, sumamente escueta, todo su contenido recae sobre el discurso, la verborrea realmente incontenible, histriónica, nihilista, repetitiva y pedante, del personaje central, un anciano crítico musical llamado Reger.

Tenemos, pues, de fondo, una pequeñísima y extravagante historia: un hombre llamado Atzbacher, el narrador, ha llegado antes de tiempo a una cita con ese Reger en el Kunsthistorisches Museum de Viena. Mientras espera, se dedica a observar al primero, que un día sí y otro no ha pasado las mañanas de sus últimos 30 años de vida sentado en un banco, reservado expresamente para él por un vigilante del museo llamado Irrsigler, que se halla situado enfrente del cuadro de Tintoretto titulado "El hombre de la barba blanca". Observa y recuerda. Durante, aproximadamente, una hora, recuerda algunas conversaciones con él, y la reproducción de las palabras de Reger constituyen, grosso modo, el contenido de la novela.

El discurso de Reger es hipercrítico, tremendamente destructivo con todo aquello que le resulta más próximo como persona: su país, Austria, y sus maestros antiguos, los artistas que le han acompañado a lo largo de su vida, tanto en el placer personal como en la dedicación profesional. Bernhard se luce, realmente, en la exposición de ese discurso: no solo por lo que dice sino por cómo lo dice.

Lo que dice no deja de ser una reflexión sobre la inherente imperfección humana y sus consecuencias para encontrar un asidero firme en nuestra vida. Solo el amor por otro ser, así su mujer muerta hacía un año, puede considerarse como lo único que da sentido a la existencia. Sin embargo, sobre esto hay una vuelta de tuerca hacia el final, cuando, emotivamente, Reger reconoce que la muerte de su mujer es lo que, paradójicamente, lo ha hecho ser libre, en tanto que lo ha liberado de sus ansias de hallar la perfección en la realidad, pues más allá de ella eso se plantea ya como imposible.

El cómo lo dice es a través de una expresión brutalmente directa y sin concesiones, reflejando la obsesiva intransigencia del hablante con una serie de reiteraciones y una construcción caótica de su discurso.

Se trata, en fin, de una novela curiosa. Es, probablemente, demasiado discursiva, en el sentido de ensayística, y donde la necesidad de dar una voz característica al protagonista impone, en muchas ocasiones, un contenido excesivamente redundante y algo disparatado, tanto que impide al lector el intuir qué es exactamente lo que se le quiere transmitir. Con todo, la reflexión de fondo está bien expuesta y resulta muy interesante.

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